miércoles, 11 de agosto de 2010

La Guerra de Guerrillas en la historia de España.

Es evidente que no solamente en España, sino en muchos otros países, las primeras Unidades de Operaciones Especiales basaron sus procedimientos de lucha copiando, de algún modo, la forma de actuar y combatir de los guerrilleros españoles, precursores, por otro lado, de los movimientos de resistencia, partisanos, insurgentes y, en definitiva, de los guerrilleros que fueron apareciendo durante el presente siglo por todo el mundo, origen precisamente de la creación de Unidades Especiales que, empleando métodos similares a los de estos movimientos, pudieran combatirlos.

Cuando en 1956 la EMMOE propone a la superioridad impartir un curso de capacitación para el mando de Unidades de guerrilleros, este término llevaba 148 años incorporando a los vocabularios de todo el mundo, desde que a partir de 1808 en la guerra de la Independencia, los franceses inventaron esta palabra denominando "petit guerre" a la organización para combatir a los "brigands", esto es, a las partidas y cuadrillas españolas. Este vocablo diminutivo de guerra y utilizado para designar la especial manera de combatir de los españoles, se popularizaría con el tiempo en guerrilla, llamando a sus componentes guerrilleros.

B. VIRIATO, PELAYO Y LOS ALMOGÁVARES.

Pero si los franceses le pusieron nombre a primeros del siglo XIX, esta forma de luchar atípica había nacido mucho antes, diríase que fue una constante histórica en el suelo hispano, pues en el siglo II antes del cristianismo ya encontramos antecedentes, de que los romanos dejaron constancia por escrito, en la forma de guerrear de Viriato, resultando asombroso, según veremos posteriormente, el paralelismo existente entre las guerras contra romanos, árabes, orientales y franceses, pese a que están separadas por milenios.

Así pues observamos que el guerrillero no es ninguna innovación en nuestra Patria; es una simple remoción del alma celtibérica, es la reacción inmediata del peninsular, en cuanto se encuentra enfrente del enemigo, en plena naturaleza y con una tradicional organización militar deshecha en lo que constituye su médula: la jerarquía. En otras palabras, lo espontáneo hispánico ha reaccionado siempre en guerrilleros, reflejo, sin duda, de un conjunto de condiciones identificables en el alma celtibérica dormidas durante siglos, pero siempre latentes en los que pudiéramos llamar subsconciente de nuestro pueblo.

Resulta obvio, según esto, que debemos buscar los antecedentes de nuestras OEs, no sólo en las partidas guerrilleras surgidas contra el invasor francés, sino remontándonos a la época de Viriato, cuando españoles agrupados en núcleos que Tito Livio llamó "Alatrones", ya utilizaban unos métodos similares, el "concursare", que consistían, según sus propias palabras, en desgastar al enemigo, provocar su cansancio, cortar el aprovisionamiento, promover constantes emboscadas, saquear el territorio para privar a los romanos de víveres, atacar dispersamente con infantes y jinetes mezclados con una táctica continua de hostigamiento y huida que enloquecía a los romanos, ya que tan pronto atacaban como de repente se quedaban sin enemigos, todo basándose en la rapidez y en la sorpresa, dispersándose en pequeños grupos para encontrarse más tarde.

El Dr. Juan Reglá, en su Historia de España nos describe al Viriato guerrillero:
"La crueldad y perfidia del pretor romano Galba produjo el levantamiento del pueblo lusitano. Del seno de esta tribu surgió la figura de Viriato, el primero entre los guerrilleros españoles que registra la historia de esta tierra, tan pródiga en ésta clase de caudillos. En la montaña pasó su juventud apacentando ganado, y la áspera vida pastoril y las incursiones a la Béltica para hacer el abiegato, le dieron el sentido del terreno, el golpe de vista topográfico al que debió sus mayores éxitos. Durante ocho años (147 a 139 a.C.) dirigió la guerra y fue la pesadilla de Roma. La emboscada, la astuta estrategia, la simulada huida, y a veces la lucha en el campo abierto con su pericia para prever y evitar el peligro, le proporcionaron victorias que enardecieron de entusiasmo a los españoles, causaron honda inquietud al Senado romano y llenaron de espanto a sus legiones..."

Y el griego Diodoro de Sicilia, en su Biblioteca histórica señala:

"Era el primero en fuerza, ingenio, destreza y rapidez. Le bastaba un breve sueño y alimento escaso. Sufría sin desmayo el hambre, la sed, el cansancio; no le amendraba ni el frío ni el calor...".

Si retrocedemos unas páginas en busca de las características diferenciales de los soldados de operaciones especiales y de sus mandos, o nos detenemos más adelante, cuando en capítulos venideros hablemos de "espíritu guerrillero" y del modo particular de luchar de los boinas verdes, resultará curioso el poder comprobar la coincidencia existente entre las técnicas empleadas por Viriato hace más de dos mil años y las utilizadas por nuestros actuales guerrilleros. Sirva como ejemplo las propias palabras que acabamos de leer en boca de los historiadores y que continuamente se repetirán en este texto: atacar con rapidez y sorpresa, huir y dispersarse a continuación, sentido del terreno y golpe de vista topográfico, astucia, pericia en evitar el peligro, ingenio, destreza, capacidad de resistencia al cansancio, hambre, sueño, frío,...

Otro tanto ocurre cuando los árabes invaden la península ibérica tras la batalla de Guadalete en el 711. Los visigidos, al frente del noble Pelayo, organizan una resistencia guerrillera desde los montes del norte de España, dando comienzo a la Reconquista, donde se alternan los combates con métodos tradicionales, cuando las fuerzas están organizadas, con la lucha irregular, en el caso de partidas aisladas.

Más tarde, en 1303, los almogávares que acompañaron a Roger de Flor en sus expediciones a Grecia y Oriente, actuarían del mismo modo, según el Dr. Sobrequés:

Se trataba de soldados de tropa irregular de Infantería que se infiltraban en las tierras enemigas. Normalmente eran hombres de campo que se unían y formaban tropa. Lejos de las comodidades de ciudades y villas, habitaban en montañas y bosques.

Sus contemporáneos elogian su arrojo, combatividad, su resistencia física y sobriedad, y nos cuentan que su indumentaria y armamento eran muy simples.

Personalmente me encanta un artículo de Pérez Reverte sobre los Almogávares titulado "Una de Almogavares" espero que lo disfruteis. 

"De ese centenario se ha hablado poco, pues nadie puede hacerse fotos a su costa.
Hace setecientos años justos, además de salvar el imperio bizantino del avance turco, los almogávares arrasaron Grecia. Fue un episodio sólo comparable a la conquista de América por bandas de aventureros sin nada que perder salvo el pellejo -que se cotizaba a la baja- y con todo por ganar si salían vivos. Pero en esta España donde los libros escolares no los determina la memoria, sino el pesebre donde trinca tanto sinvergüenza periférico y central, esas historias han sido eliminadas, o manipuladas en beneficio de los golfos que organizan el negocio en plazos de cuatro años: los que van de una urna a otra. El resto importa un carajo. De los almogávares, como de lo demás, no se acuerda casi nadie. Eran políticamente incorrectos.
Madrugando el siglo XIV, el emperador de Bizancio pidió ayuda para frenar el avance de los turcos, y la corona de Aragón envió sus temibles Compañías Catalanas. Lo hizo para quitárselas de encima. Estaban integradas por almogávares: mercenarios endurecidos en las guerras de la Reconquista y en el sur de Italia. Sus oficiales, de mayoría catalana, eran también aragoneses, navarros, valencianos y mallorquines. En cuanto a la tropa, el núcleo principal procedía de las montañas de Aragón y Cataluña; pero las relaciones mencionan apellidos de Granada, Navarra, Asturias y Galicia.
Feroces y rápidos, armados con equipo ligero, combatían a pie en orden abierto, con extrema crueldad, y entraban en combate bajo la señera cuatribarrada de Aragón. Sus gritos de guerra eran Aragón, Aragón, y el terrible, legendario, Desperta, ferro. La historia es larga, tremenda, difícil de resumir.
Seis mil quinientos almogávares recién desembarcados en Grecia destrozaron a fuerzas turcas muy superiores, matando en la primera batalla a trece mil enemigos, sin dejar con vida -eran tiempos ajenos al talante, al buen rollito y al diálogo entre civilizaciones- a ningún varón mayor de diez años. En la segunda vuelta, de veinte mil turcos sólo escaparon mil quinientos. Y, tras escaramuzas menores, en una tercera escabechina los almogávares se cepillaron a dieciocho mil más. Eran letales como guadañas. Además, entre batalla y batalla
 españoles a fin de cuentas- pasaban el rato apuñalándose entre sí por disputas internas, o despachando a terceros en plan chulito, como los tres mil genoveses a los que por un quítame allá esas pajas acuchillaron en Constantinopla, durante una especie de botellón que terminó como el rosario de la aurora.
A esas alturas, claro, el emperador Andrónico II se preguntaba, con los huevos por corbata, si había hecho bien contratando a semejantes bestias. Así que su hijo Miguel invitó a cenar a Roger de Flor, que era el jefe, y a los postres hizo que mercenarios alanos los degollaran a él y a un centenar largo de oficiales. Fue el 4 de abril de 1305. Después de aquello los griegos creyeron que la tropa almogávar, sin jefes, pediría cuartel. Pero eso era desconocer al personal. Cuando apareció el inmenso ejército bizantino para someterlos, aquellos matarifes oyeron misa y comulgaron. Luego gritaron: Desperta ferro, Aragón, Aragón, y se lanzaron contra el enemigo, pasándose por la piedra a veintiséis mil bizantinos en un abrir y cerrar de ojos. Lo cuenta Ramón Muntaner, que estuvo allí: no se alzaba mano para herir que no diera en carne.
No quedó sólo en eso. Enterados los almogávares de que nueve mil mercenarios alanos -los que aliñaron a Roger de Flor- volvían a su tierra licenciados y con familia, les salieron al paso, hicieron picadillo a ocho mil setecientos y se quedaron con sus mujeres. Después, durante una larga temporada y pese a estar rodeados de enemigos, se pasearon por Grecia saqueando y arrasando, por la patilla, cuanto se les puso por delante. Fue la famosa venganza catalana. Y cuando no quedó nada por robar o quemar, fundaron los ducados de Atenas y Neopatría: estados catalano-aragoneses leales al rey de Aragón, que aguantaron durante tres generaciones hasta que con el tiempo, el sedentarismo y el confort, se fueron amariconando -hijo caballero, nieto pordiosero- y quedaron engullidos, como el resto de Grecia, por la creciente marea turca que había de culminar con la caída de Constantinopla. Y ésa, colorín colorado, es la historia de los almogávares.
Admitan que es una buena historia. Vive Dios."

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